En 1898 un palacio flotante zarpó desde Southampton para cruzar el Atlántico. Era el crucero más grande y lujoso jamás construido, y sus pasajeros eran los más distinguidos miembros de la burguesía mundial.
Era descripto como inundible, pero estaba destinado a nunca alcanzar su destino: el casco sería abierto por un iceberg y se hundiría dejando apenas unos cuantos sobrevivientes.
El crucero existía sólo en papel, en la imaginación del novelista Morgan Robertson. El nombre que le había dado a su barco ficticio era Titán. La ficción se transformaría en una aterradora realidad catorce años más tarde, cuando un crucero de verdad salió en su viaje inaugural.
Este también estaba repleto de pasajeros ricos y nobles. También se encontraría con un iceberg y como en la novela de Robertson la perdida de vidas sería inmensa, gracias a que no había suficientes botes salvavidas.
Este barco era el Titanic, el cual se hundió en el Atlántico el 14 de abril de 1912, el mismo mes que el Titán. El Titanic y el Titán de Robertson eran similares en muchas cosas más que en la forma en que se hundieron en el mar.
Ambos eran casi del mismo tamaño (800 y 882 pies), alcanzaban la misma velocidad máxima (24 nudos) y tenían la misma capacidad (cerca de 3000 personas), el Titán llevaba 2000 pasajeros abordo y 24 salvavidas el Titanic 2200 y 20 salvavidas.
Ambos eran "inundibles" y los dos se hundieron en el mismo territorio del Atlántico Norte con el casco frontal y en estribor, abierto como una cuchillada, llevándose consigo la bandera de la nacionalidad de ambos botes: la inglesa.
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